jueves, 21 de mayo de 2009

Rogelio

Rogelio no se percataba de que ya estaba muerto o se resistía sencillamente a aceptarlo. Por ello, una y otra vez, se salía de la fosa donde estaba enterrado y no era raro encontrárselo comiendo en algún restaurante cercano al cementerio. En algunas ocasiones nos iba a visitar al Retorno y se pasaba largas horas platicando sobre los viejos tiempos. Sin duda varios de nosotros tratábamos de convencerlo de que ya era un cadáver y que apestaba bastante. No nos hacía caso y con una desfachatez increíble se presentaba en cualquier lugar y a cualquier hora.
Una noche lo acompañé de vuelta al panteón. Charlamos un buen rato sobre todas aquellas experiencias que habíamos compartido cuando él aún vivía. Compramos unas cuantas cervezas y nos emborrachamos. Nos reímos. Gozamos. Lloramos. Al amanecer se despidió con una sonrisa. Se acomodó en el ataud y cerró la tapa. Nunca más volví a saber de él, porque esa madrugada morí atropellado y mi mujer... mi mujer decidió incinerarme.

Guillermo Arriaga,
"Retorno 201"

No hay comentarios:

Publicar un comentario